Solían encontrarse en el mismo lugar y a la misma hora. No decían mucho, solo se miraban con detención, fijándose en cada pequeño detalle de cualquier mínimo gesto; observando cada facción y sus posibles cambios diarios. Nunca se aburrían el uno del otro, llevaban ya cinco largos meses haciendo lo mismo y ni un solo bostezo se registraba en los minutos en que estaban juntos cada día. A veces a ella le caía una que otra lágrima, pero rápidamente se las arreglaba para secarla y hacer que esta no alcanzara a recorrer mucho camino en su pálido y delgado rostro, después de todo si algo había aprendido en este tiempo era a controlar el llanto, la tristeza. Ella no sabía bien por qué lo seguía viendo; tampoco tenía claro si él entendía lo que ella a veces trataba de decirle con la mirada, de hecho ni siquiera ella sabía qué quería decirle, pero ahí estaba: mirándolo, queriéndolo, perdonándolo cada tarde hasta que llegaba el hombre con su traje grueso y grisáceo que anunciaba que el horario de visitas había terminado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Diseño por headsetoptions | A Blogger por Blog and Web
0 comentarios:
Publicar un comentario